viernes, 9 de mayo de 2008

Parte 1

En este nuevo siglo, que está plagado de apatía, angustia, irresponsabilidad y sobretodo modernidad, no podemos evitar sentirnos perdidos. No podemos evitar cuestionarnos si es que algo va a hacer que el mundo cambie o si bien sucederá su antítesis (el fin del mundo, Apocalipsis, llegada del diablo a la tierra, lo que quieran llamarlo). Modernidad es una palabra que ha ganado ser el sinónimo de progreso, de eficacia, efectividad, calida de vida y confort. Y precisamente parece que lo único es nos importa es el confort, belleza y todo lo que deriva de tener un hedonismo inconciente. Ya es un valor social el medir las pertenencias en base a su tecnología, el estatus social que da y la supuesta facilitación que trae a nuestras vidas sin realmente cuestionar su utilidad y si es que realmente las necesitamos.

Lo mismo pasa con la ciencia, sobre todo la ciencia aplicada al humanismo (o así se hace llamar) por medio de la medicina. Los valores prevalentes nos enseñan que el sufrimiento es lo peor, lo que se tiene que evitar a toda costa y que es, de norte a sur, negativo. Sin embargo esta negación del sufrimiento es precisamente lo que nos ha conducido hasta aquí. No se debe de interpretar el sufrimiento como algo negativo, sino como algo temporal, algo con solución. Es un proceso común el cual nunca nos enseñan a interpretar y nos parece completamente banal cuando no somos nosotros los mártires. Es una cuestión de interpretación, de conciencia. Es el papel del médico adecuarse a este sufrimiento, interpretarlo y ayudar al paciente a hacerse conciente de lo que está pasando, para que posteriormente al administrar (dentro de lo posible) una solución a ese sufrimiento, no se interprete de una manera hedonista. En la medicina actual el dogma heredado por el padre antiguo de la medicina Hipócrates “primum non nocere” sigue vigente sin embargo la interpretación que se le da está lejos de ser la misma. Se ha oscurecido por una flexibilidad moral que ha ido homogeneizándose hasta formar una masa en donde es imposible distinguir algún blanco o negro. Todo este proceso de ambigüedad ha venido de la mano con la tecnología. Transplantes de donador vivo, inmunosupresión, terapia con narcóticos, entre otras, han ido oscureciendo lo que al principio parecía una ciencia totalmente moral y esto es sin agregarle la privatización que se le ha dado a los servicios de salud y la ganancia detrás de las empresas farmacológicas.

El verdadero peligro al que se enfrenta la medicina actual es, como alguna vez lo mencionó un eminente médico mexicano, su crisis humana y profesional. Crisis humana por la pérdida del carácter de entendimiento y motivación que le proporcionaba el médico a su paciente, ahora reemplazada por la institución, estudios de laboratorios, tecnología de punta y automatización del médico al proporcionar sus diagnósticos. La llegada de enfermedades crónico-degenerativas cuyo gran promotor es el urbanismo y la modernidad inherentes a la vida actual, parecen dar evidencia de que el proceso de evolución requiere ser institucionalizado, de que las enfermedades ya no son curables, sin embargo que pueden ser atenuadas y sobretodo prevenidas. La crisis profesional se da en la especialización. El valor médico lo tiene la presencia o ausencia de dicho conocimiento específico sobre algún tema. Parafraseando a Fernando del Paso, la medicina actual en especialización parece enfocarse a saber más de cada vez menos. Sin embargo hay tanta información y desarrollo de tecnología que es un proceso inevitable y un requerimiento. Sin embargo el problema es el estatus que otorga el ser especialista. ¿Quién quiere ser médico de pueblo? ¿Quién quiere ver diabéticos e hipertensos toda su vida? Aquí se agrega una nueva crisis, la urbanización y la institución. La evolución va hacia centros urbanos masivos (megaurbes) que traen consigo sedentarismo, pobreza, crimen, entre muchas cosas más...

Seguirá

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio