viernes, 3 de octubre de 2008

Pandemia

Gerardo describe, con base en su memoria, las predicciones apocalípticas de la posmodernidad. Quisiera responderle, quizá no por el lado de la realidad objetiva y medianamente manejable de y por los descubrimientos científicos de nuestra era (que asumo como tales con una posición poco posmoderna), pero sí contemplando aquel vacío inquebrantable de respuestas que son las ciencias - sería mejor decir estudios - sociales.

Ayer soñé que una muy querida prima mía describía diversos problemas políticos y económicos a partir de modelos ideales que pocas fallas presentaban en un nivel teórico y suenan siempre infalibles en cuanto a resultados para con la sociedad. Las recetas clásicas del liberalismo democrático con características sociales. Se hablaba de democracia y de un sistema de pesos y contrapesos dentro de la misma que regulaba las acciones egoístas de los actores en el nombre del bien común. Se hablaba de las enormes ventajas de la redistribución de los ingresos por parte del Estado, de políticas sociales responsables y eficientes que mermarían las inherentes características de inequidad del sistema de mercado. Se hablaba de Barack Obama como un verdadero agente de cambio, aquel que repentinamente viraría el tradicional comportamiento norteamericano para con el mundo en cuestión de meses. La corrección política de la contemporanieidad se sintetizaba toda en su discurso, y el futuro del mundo parecía medianamente resuelto. Sin embargo, en ningún momento podía quedarme yo callado ante cada uno de los temas abordados, respondiendo para todos que el problema fundamental era un problema de lenguaje.

Imaginemos cualquier posibilidad de discurso, por ejemplo el de un artículo constitucional. Digo discurso por que el texto impreso en dicha colección normativa no es propiamente un ejercicio de lenguaje, por que el lenguaje es un mecanismo de recepción e interlocución del discurso una vez que éste ya está internalizado. Por lo mismo, sus posibilidades interpretativas son infinitas, y entonces su objeto fundamental se ve perdido; a diferencia del resultado científico, dirigido desde antes por una serie de normas y criterios tipificados con anterioridad, la vaguedad de la base de los sistemas sociales - que no es otra cosa que la filosofía política, muchas veces denigrada a niveles de mera ideología - permite un círculo especulativo tal que el espacio mismo para el abuso por parte de las cúpulas del poder es total. Así, nuestra propia posibilidad del lenguaje no hace más que permitir que un nivel de discursos determinado sea utilizado como una estrategia de poder que a su vez delimita las posibilidades del discurso futuro y de ahí de su internalización lingüística - en nuestro ejemplo, la jurisprudencia sería el más claro ejemplo de esto.

De ahí que exista en las ciencias sociales una diferencia clara y peligrosísima entre teoría y práctica, entre ser y deber ser, entre ideal y naturaleza. Si las estructuras de poder social son jerárquicas en sí mismas, cualquier actor que decida y se interese por participar en las mismas busca naturalmente un espacio dentro de sus cúpulas más altas, o al menos se ve sujeto a un esquema donde muchos de los participantes tengan en principio este interés irracional y neurótico (y el término no se usa a la ligera) y tenga que jugar con las mismas reglas del juego. Los límites del discurso y el amplio espectro de la posibilidad lingüística hacen que el juego se pueda jugar a favor de sus propios intereses. El lenguaje es el escalón básico para que se cumpla esta estrategia del abuso.

Si bien este planteamiento sistémico ha funcionado así desde el principio de las organizaciones sociales - el disicurso nada más a cambiado de apariencia, llámesele uno divino, uno nacionalista, uno democrático - el gran problema de la contemporanieidad es la participación de una mayor cantidad de individuos interesados en el juego político. De esta forma es como jefes de Estado, jefes de Gobierno, celebridades egomaniacas, ciudadanos con pretenciones de empoderamiento, líderes de opinión y carmelitas bienintencionadas han sido partícipes de un abuso del lenguaje tan pronunciado, cada vez generando un discurso mejor articulado para sus intenciones - existen ya acuerdos legales en cuanto a normas ambientales, derechos humanos, libertades religiosas, etcétera - pero a su vez creando un mayor márgen de maniobra para el abuso de esos mismos discursos.

No es que la autocracia rusa o el despotismo monárquico sean sistemas para admirar y seguir, pero tenemos que tener en cuenta que mientras mayor sea el número de temas planteados entre las agendas de sociedad civil - que nunca he dudado tenga intereses e inquietudes genuinas - y sistemas de autoridad, mayor será la posibilidad del abuso.

No sé qué tan viable sea el argumento que presento. Probablemente presente errores enormes que aún no he pensado - es una reflexión que he ido formando a lo largo de algunas semanas, y acabo de despertar del sueño - pero quisiera presentarlo como una contraparte dentro de lo social a las inquietudes del buen Gerardo.

El empoderamiento ciudadano, la mayor virtud de la globalización democratizadora, no es más que una nueva pandemia contemporánea.

1 comentarios:

Blogger Gerardo Martinez ha dicho...

Y para hilar aun más (si es que eso es posible) esta entrada con la mía a la que haces referencia, mi queridísimo Bart, pregunto;
¿Quién pronosticó, en ese nuestro profeta pasado, el empoderamiento ciudadano como un mal del futuro?

13 de octubre de 2008, 20:36  

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